EPIFANÍA DEL SEÑOR

 Isaías 60,1-6

Salmo 71

Efesios 32-3.5-6

Mateo 2,1-12

 Epifanía

El término “epifanía” significa “manifestación”. La liturgia añade dos acontecimientos, que constituyen otras formas de “epifanía”: el Bautismo del SEÑOR y las Bodas  de Caná. San Mateo es el único evangelista que relata la visita de los Magos de Oriente, señalando la manifestación del SEÑOR a los gentiles. El Bautismo en el Jordán por medio de Juan el Bautista, su pariente y Precursor, representa la manifestación del SEÑOR a los propios judíos. Las Bodas de Caná, al comienzo del evangelio de san Juan (Cf. Jn 2,2-11)supone la primera manifestación del SEÑOR a sus discípulos. Por tanto, el término “epifanía” abarca más que un episodio, y tendríamos que aplicarlo a toda la vida del SEÑOR, porque desde el nacimiento en Belén hasta la muerte y Resurrección se produce un crecimiento constante en la manifestación del SEÑOR, y se llega a concluir que JESÚS es el  SEÑOR, o que JESÚS es el CRISTO. JESÚS es el CRISTO y el SEÑOR desde el minuto uno de su entrada en el mundo en el seno de MARÍA su madre y ha sido  visto, contemplado y tocado físicamente por los hombres (Cf. 1Jn 1,3). “Y JESÚS iba creciendo en estatura, sabiduría y Gracia, ante DIOS y los hombres” (Cf. Lc 2,52). En esa disposición dejábamos a JESÚS en la fiesta de la Sagrada Familia, y sin perder el contexto familiar, celebramos hoy la Epifanía del SEÑOR a los gentiles representados en los Magos de Oriente.

El Oriente Cristiano

En esta fiesta de la Epifanía del SEÑOR, juega un papel importante la simbología cósmica. Aquellos Magos contemplan una estrella, que durante siglos se ha tratado de  conocer la naturaleza de la misma, pues da la impresión  que era visible tanto durante el día como en la noche. Algunos opinan que podría tratarse del efecto producido por la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno en la Constelación de Piscis, que señalaría el final de un tiempo cósmico y el comienzo de otro nuevo. Pero  habría que  acentuar con toda decisión el carácter interior de la mencionada señal mencionada en san Mateo, pues en aquella época la dedicación a la observación astronómica por parte de distintas clases de sacerdotes o buscadores espirituales, sin duda alguna  excedía  el número de personas, que  resolvieron  acercarse a la aldea de Belén. Los que lo hicieron tuvieron como motivación principal la moción interna del ESPÍRITU SANTO, que les ofreció la clave de interpretación de los posibles signos  externos, que en aquellos tiempos estuvieran sucediendo. Tenemos que advertir una vez más, que  la naturaleza no ofrece para los cristianos claves esotéricas reservadas a una elite de iniciados, sino signos abiertos a la consideración de los que miran las cosas con “limpieza de corazón” (Cf. Mt 5,8); entonces, el ESPÍRITU SANTO, esclarece lo que pudiera indicar lo que está sucediendo, pero en ningún momento los designios de DIOS están encerrados  en el hermetismo  del ocultismo.

Por la entrañable misericordia de nuestro DIOS, nos visitará el SOL que nace de lo alto” (Cf. Lc 1,78). Así profetiza el anciano sacerdote Zacarías, al recobrar el habla en el momento de la circuncisión de su hijo Juan, el Precursor. El sol que nace por oriente nos visitará irradiando en todo su esplendor, de tal forma que DIOS será conocido por todas las naciones, pues, “sin que  hablen, sin  que resuene su voz hasta los confines de la tierra llega su lenguaje”  (Cf. Slm 18,4-5)

Ezequiel había profetizado mediante visión el río de Gracia que manaba de la parte oriental del altar del Templo. La visión anuncia una presencia de DIOS que va en crecimiento permanente como un río que lo sanea todo: el agua del río cubre primero hasta los tobillos, y va aumentando su caudal hasta que llega a las rodillas; continúa hasta la cintura, llega hasta el cuello, y las aguas siguen creciendo. La desembocadura de este río está en el mar de las aguas pútridas y  pestilentes. Las aguas del río que nace en la zona de levante del Templo purifica el inmenso mar dañado con sus aguas regeneradoras (Cf. Ez 47,1-8). Así contempla Ezequiel la acción de DIOS que viene de Oriente. A lo largo de los siglos esta acción creciente de la Gracia ha venido abriéndose paso en medio de penosísimas tinieblas y contrariedades, para instaurar dentro del género humano una nueva conciencia que descubre el rostro amoroso de DIOS y es capaz de solidarizarse con los semejantes de manera inédita a lo largo de la historia. El alto nivel de odio generado por el Mal a lo largo del tiempo no fue capaz de destruir a la humanidad, porque existe una corriente de LUZ oculta, que viene de lo alto, más poderosa, que aflora en nuestros días de manera grupal: nunca hubo cadenas de oración que recorriesen el planeta entero; tampoco se ha dado nunca una sensibilidad colectiva tan amplia a cerca de los derechos humanos con todas las imperfecciones que sea preciso reconocer; es creciente la conciencia ecológica de grandes masas de población; va creciendo los que son partidarios de la abolición de la pena de muerte, aunque se mantengan las posturas a favor del aborto y la eutanasia. Falta mucho por conseguir en orden al perfeccionamiento del ser humano, pero el conjunto de factores positivos es bastante mayor que en épocas pasadas. Ocurre en nuestros días, que los factores de riesgo de hacer fracasar a la humanidad en su conjunto son hoy más reales que nunca, pues de las decisiones de unos pocos depende la suerte de todos en el planeta, y esto crea en muchas personas una sensación de miedo, que les induce a ver el momento presente con rasgos muy negativos. Una buena parte de la población mundial no quiere guerras, pero bastan unos pocos para inducirlas, provocarlas y arrastrar a personas inocentes que en nada se sienten concernidas, para que tomen parte en ellas. Una gran mayoría de personas saben de los horrores y desgracias irreparables que las guerras traen consigo, y una mayoría de personas en este planeta quiere la paz. Esta conciencia general hacia la no violencia es un fenómeno nuevo. Los fundamentalismos son el contrapunto actual, amargo y trágico, a lo anterior; pero nuestra historia avanza con la superación de grandes obstáculos.

El Oriente Cristiano tiene un nombre propio: JESUCRISTO. El Oriente Cristiano no pertenece a una obediencia corporativa que dicta planes y estrategias con objeto de dominio y posesión. El Oriente Cristiano es una LUZ interior capaz de mover en la orientación adecuada a los hombres de buena voluntad. El Oriente Cristiano es la única Esperanza regeneradora para el mundo como profetizó Ezequiel: el mar inmenso acoge sin saberlo al río discreto, que va drenando sus aguas para dejarlas en perfecto estado. Esta fuerza poderosa y silenciosa no ha dejado de actuar a lo largo de la historia y sigue presente en medio de nosotros, porque  ha vencido lo más difícil de abatir: la Muerte. Nos orientamos cuando miramos  al sol  “que nace de lo alto”, que es JESUCRISTO, ÉL es nuestro Oriente Cristiano, porque en realidad no existe  otro  Oriente.

El Evangelio es  revelación

“Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la Gracia de DIOS, que se me ha dado en favor vuestro” (Cf. Ef. 3,2). Por la acción del ESPÍRITU SANTO, lo que antes estaba oculto viene a la luz, y es conocido por todos los que se encuentran en buena disposición para recibir el Mensaje. Así, como en círculos concéntricos, el Evangelio se va extendiendo con el objetivo de abarcar a todos los hombres. El proceso iniciado y todavía sin concluir, alterna la implantación del Mensaje en un núcleo con la expansión del mismo: la familia como lugar natural del despertar cristiano es el ámbito privilegiado en el que se afianzan los principios y valores cristianos; pero, a continuación, todos los demás espacios  esperan el nuevo modo de ver las cosas, de pensar y sentir. “La distribución de la Gracia destinada a los gentiles” es la que nos ha llegado a nosotros, que no pertenecemos al pueblo destinatario de las promesas inicialmente: el pueblo judío. A diferencia del pueblo cristiano, el judío no es proselitista, aunque tiene argumentos en sus escrituras para  promover el legado de su  revelación. Sin embargo los cristianos llevamos en nuestro ADN (código genético) la apertura evangelizadora por mandato del propio JESÚS: “Id, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizando en el nombre del PADRE, y del  HIJO,  y del ESPÍRITU SANTO. Y enseñando a guardar todo lo que YO os he mandado” (Cf. Mt 28,19 -20). “Distribuir la Gracia”, en este caso, es lo mismo que dar a conocer el Evangelio a todos los hombres, pues todos estamos llamados a participar de la misma suerte que aquel que es “Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia” (Cf. Col 1,18); y Primogénito entre todos los hermanos que formamos el nuevo pueblo de DIOS. De esta manera, el Evangelio es la Gracia que “los siervos del SEÑOR han de distribuir a sus horas, a los que les son encomendados” (Cf. Mt 24,45).

En este texto de Efesios comprobamos como esta Gracia o Revelación queda sujeta también al tiempo o al momento. La cuestión tiene su importancia a la hora de  comprobar el comportamiento de la acción providencial de DIOS, que por una parte sigue un cauce acorde con el común de toda la humanidad; y por otro lado, se puede anticipar a los tiempos comunes o generales; así los Magos de Oriente fueron los primeros gentiles en  participar de la contemplación del HIJO de DIOS, hecho hombre, anticipándose a la “distribución de la Gracia destinada a los gentiles”.

¿Quiénes eran los Magos de Oriente?

La respuesta a la pregunta por los Magos de Oriente se mueve entre la duda y la  aproximación. Con el término de “magos” se indica que tales personajes pertenecían a una clase social acomodada relacionada con la esfera religiosa, además de estar en posesión de los conocimientos astronómicos de aquellos tiempos, que partían en general de la astrología: en el firmamento había que leer cosas del Creador en primer lugar. La derivación de la astrología como adivinación es un subproducto averiado de la lectura profunda que el hombre religioso de todos los tiempos realiza del Cosmos que nos rodea. DIOS, a través de la Creación material tiene cosas que decir infinitamente más importantes, que las pretendidas claves adivinatorias, que terminan en la más absurda credulidad. Los Magos de Oriente, por otra parte, saben leer los designios salvadores de DIOS, inmensamente amoroso y providente, que había sido capaz por su omnipotencia de realizar aquella magnífica obra creadora. Cuando el hombre experto mira sin doblez de corazón la obra de DIOS extrae de ella la Revelación que la obra contiene en sí misma. En nuestra época presente no son pocos los científicos de cierto nivel que despiertan a la Fe en medio de su trabajo científico, al comprobar asombrados la grandeza de lo que están descubriendo y observando. Pero los nombres de estas personas no aparecen en los grandes medios de comunicación: primero, porque no les interesa a los que ostentan la propiedad no sea que el efecto ejemplarizante mueva a un número grande de personas a formularse interrogantes fundamentales; y de otra parte, estas mismas personas tienen derecho a la reserva personal que estas cuestiones íntimas exigen. Nadie verdaderamente tocado por DIOS  alardea del descubrimiento obtenido por puro don y Gracia.

Los Magos de Oriente se ponen en camino desde sus propios lugares de origen hacia Jerusalén. La profecía de Miqueas señalaba la aldea de Belén -Casa del pan- como el lugar donde podía aparecer el MESÍAS (Cf. Miq 5,2); pero no es menos cierto, que el lugar de la manifestación del MESÍAS debería ser la propia Jerusalén por derecho propio. Pero esta última o primera opción estuvo marcada  de manera trágica desde el principio. La llegada a Jerusalén de los Magos de Oriente y la indagación que hicieron sobre la presencia del REY esperado, levantaron las pulsiones más abyectas del depravado Herodes, del cual decía César Augusto que era mejor ser cerdo en casa de Herodes que ser hijo; porque Herodes mataba a sus propios hijos, pero a los cerdos los respetaba, quizá por aquello de ser animales impuros, en la consideración de la religión judía, que por otra parte le importaba muy poco.

Los Magos de Oriente estaban bien orientados al dirigirse a Jerusalén, de acuerdo  con los dictados  de las Escrituras judías, y con la presunción de bondad y acogida por parte de aquellas gentes en medio de las cuales debía nacer el MESÍAS que ellos estaban buscando. Los moradores de Jerusalén, incluido su rey, deberían ser personas de paz, como indica el nombre de la ciudad: Ciudad de paz o Jerusalén. Pero la cosa se comprobó bien distinta: Jerusalén fue la ciudad en la que el MESÍAS  encontró su sentencia de muerte desde el principio: primero Herodes el grande y después  transcurridos más de treinta años, otro Herodes menos grande , calificado de zorro por JESÚS  (Cf. Lc 13,32), los sumos sacerdotes y el poder romano, concertaron la sentencia definitiva. Como en toda revelación auténtica, los Magos de Oriente alcanzaron hasta un punto de su interpretación, pero quedaba un margen al juego de libertades humanas, como así sucedió. La estrella que los guiaba se apagó cuando llegaron a Jerusalén, pero no interpretaron convenientemente aquel hecho y de manera ingenua fueron a preguntar por el MESÍAS probablemente al personaje más desalmado de aquella región: Herodes el grande; que era grande también por sus crímenes.

Cuando salen de Jerusalén, los Magos de Oriente vuelven a ser guiados por la  estrella que los conduce a Belén, y les indica la casa donde encontrarán al NIÑO con MARÍA su madre (Cf. Mt 2,9).  Aquel largo camino recorrido terminaba en adoración.   Sobre el oro, el incienso y la mirra ofrecidos por los Magos de Oriente tenemos su interpretación: el oro significa la realeza davídica y mesiánica de JESÚS, que será reconocido como SEÑOR de todos los mundos: el incienso simboliza la gloria de  DIOS, a la que llegan las oraciones de todos los hijos de  DIOS; y la mirra reconoce la condición humana y divina al mismo tiempo, pues de la mirra se puede extraer un tipo de incienso, al mismo tiempo que se utilizaba para embalsamar, como sucederá en el momento  de ser llevado muerto a la sepultura (Cf Jn 19,39 )  Al indicar que fueron tres las ofrendas dadas por los Magos de Oriente, se dedujo que habían sido tres también los personajes que protagonizaron todo este acontecimiento, pero cualquier afirmación en este sentido es mera hipótesis.

¿Algo providencial?

Durante la Segunda Guerra Mundial, sobre la ciudad de Colonia, en Alemania, cayeron miles de toneladas de bombas desde los aviones aliados que asolaron la ciudad. Todo quedó destruido salvo la imponente catedral gótica, que alberga los restos de los tres Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar; que según la tradición fueron llevados por el emperador Federico Barbarroja, en el siglo doce.

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